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martes, 10 de noviembre de 2009

YOGA:UN CAMINO HACIA TÍ MISMO

YOGA: UN CAMINO HACIA TI MISMO

El camino de miles de kilómetros comienza con un solo paso”
Proverbio chino


El yoga, un paso hacia ti mismo y por ti mismo. En la dirección que marca tu propia brújula. Sin que nadie piense por ti. Sin que nadie decida por ti. Sin que nadie viva por ti. Un solitario y pequeño paso que te conducirá por la más increíble de las sendas, hacia la aventura más sorprendente: el conocimiento de tu cuerpo, el control de tu mente, el reencuentro con tu alma.

Mucha gente duerme la vida, sin llegar siquiera a sentirla.

Sin embargo, existe otro tipo de persona: el ser humano consciente que camina, busca, se pregunta, indaga. Llega un momento en la vida en que esa persona se para y comienza a escuchar. Primero se asusta, porque oye mucho ruido. Pero después, poco a poco, aprende a diseccionar los sonidos como si estuviera realizando con ellos un laborioso análisis microscópico. Entonces, un día, sonríe. Y la sonrisa es profunda, porque proviene del centro de su alma. Y la sonrisa es eterna, porque comprende que ha empezado a escuchar los latidos de su propio corazón.

En ese día, esa persona concreta habrá dado un primer paso hacia sí misma, el único movimiento que tiene sentido. Se inicia aquí el camino. A partir de ahora, tendrá que elegir entre las múltiples sendas que conducen a la meta y se verá obligada a avanzar, paso a paso, a través de escarpados acantilados, hermosos jardines o tempestuosos mares.

Todo viaje es un viaje iniciático y eso implica superar pruebas.

Todos tenemos un camino por andar, unas lecciones que aprender y un alma que reencontrar.

El compromiso contigo mismo y con tu propia vida puede dar sentido a esa llamada que, desde el centro de tu pecho, tantas veces te ha angustiado sin que comprendieras por qué, de qué se trataba o qué te estaba pasando.

Una vez has decidido que deseas empezar a caminar tienes que elegir, cuidadosamente, el sendero. El yoga es una de las opciones posibles.

Al final, si buscas, encuentras. El mejor consejo es que no te detengas hasta dar con la práctica que se adapta a tu cuerpo, a tu mente, a tu alma. Porque esa será la que abrirá la puerta de tu camino. Porque esa te permitirá ser constante, condición fundamental si realmente se quiere avanzar por ese sendero.

Y, ¿cómo sabes qué la has encontrado? Sencillamente, lo sabes. Porque, de pronto, te encuentras experimentando un bienestar antes desconocido. Porque, sin venir a cuento, sonríes. Porque te levantas por la mañana dispuesto a tener un gran día. Porque sabes descubrir la fuerza para enfrentarte a los problemas. Porque tienes un centro. Porque aprendes que eres luz y que, como tal, puedes brillar.

Sin embargo, todas estas perspectivas pueden llevar a engaño. EL yoga no es una varita mágica que convierte las penas en alegrías, lo negro en blanco, las lágrimas en sonrisas. Es, más bien, un trabajo diario en el que el “sadhaka” (practicante) tendrá que comenzar a escuchar su alma. Empezará a ver cuales son las cadenas que le atan, cuáles los impedimentos con los que su propio cuerpo, su propio corazón o su propia mente obstaculizan la conquista de la felicidad.

El practicante de yoga comenzará a darse cuenta de que su ego lo esclaviza, que es prisionero de sus pasiones: “Dame a un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y yo le colocaré en el centro de mi corazón”1. Este es el primer paso de un largo y duro camino. Porque, a partir de aquí, esa persona ya no puede hacer otra cosa que comprometerse.

Y es un compromiso importante, tal vez el más importante de su vida, puesto que implica ser fiel a sí misma, al más profundo anhelo de su alma. Y es un compromiso que no tiene vuelta atrás porque, si abandonas, si desfalleces y caes, tu vida nunca volverá a ser como antes. Es duro pero gratificante. Tu cuerpo se vuelve más flexible. Tu mente, se serena. Tu vida se pacifica. Tu corazón se calma. Es duro. Requiere sinceridad. Requiere autoanálisis. Requiere trabajo diario. Requiere paciencia y constancia. Sin embargo, has vislumbrado tu luz, te sabes hermano de las estrellas, ¿cómo podrías, pues, dejar de brillar?

Elena Almirall Arnal.




1 “Hamlet” Shakespeare